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miércoles, 29 de abril de 2020

¿Derecho a florecer o florecer en derechos?

Quizás cuando lees el título de este artículo te cuestiones qué vas a encontrar, te preguntes a qué me refiero con florecer y a dónde pretendo llegar. Te invito a que juntos nos cuestionemos algunas realidades. 


DESDE ARGENTINA- ¿Qué tan libres somos cuando decidimos? Creo que para poder decidir en forma realmente libre tenemos que tener garantizadas un piso de capacidades básicas sin las cuales nunca estaremos libres de condicionamientos, tanto externos como internos, que nos impiden comprender cómo queremos desarrollar nuestra vida, por ejemplo, una adolescente hija de padres no universitarios nacida y criada en un barrio vulnerable difícilmente decida estudiar una carrera universitaria. 

Entonces, creo esencial cuestionar nuestra libertad de decidir porque sin poder decidir libremente carecemos de libertad alguna. ¿Por qué capacidades? Martha Nussbaum nos enseña que las capacidades se refieren a
lo que es capaz de hacer y de ser una persona. 
Por ello, es que nos otorgan libertad, pues garantizan la existencia de un espacio para el ejercicio de la misma y lo hacen desde dos sentidos: en sí misma y en la realización activa de una o más capacidades.

En este sentido, podemos hablar de dos clases de capacidades: las internas y las combinadas. Por un lado, las capacidades internas son aquellas características o competencias básicas que desarrolla una persona a lo largo de su vida, por ejemplo, la lectura es una capacidad básica que adquirimos o interiorizamos a partir de la alfabetización. 

Por el otro, las capacidades combinadas implican la vinculación de estas capacidades internas con ciertas condiciones sociales, políticas, económicas, culturales, entre otras. Es por ello que esta suma de capacidades internas y condiciones externas revelan todas las oportunidades que una persona tiene para elegir y actuar en el marco de una situación concreta.

Con relación a ello, Nussbaum señala que para poder llevar a cabo una vida digna se debe superar un nivel mínimo de capacidades centrales tales como la vida, salud, integridad física, el desarrollo de los sentidos, la imaginación y el pensamiento, las emociones, la razón práctica, la afiliación, la consideración por otras especies, el juego y el ocio, y por último el control tanto político como material respecto del propio entorno.

Si bien estas capacidades centrales tienen importancia singular en el desarrollo de las personas su mayor valor recae en que son interdependientes, es decir, se sustentan y retroalimentan entre sí, lo que implica que no se puede prescindir de ninguna de ellas sin ver afectada la realización de alguna otra.

Ahora bien, y aquí mi principal cuestionamiento, ¿somos nosotros los que tenemos que proveernos de estas capacidades y si no lo logramos es responsabilidad totalmente nuestra? ¿o es el Estado quien debe realizar las medidas legislativas, ejecutivas y judiciales necesarias para garantizarnos este piso mínimo de capacidades que nos permiten florecer? Me parece fundamental comprender el rol de la justicia social en este juego. 

En primer lugar en un Estado democrático de derecho para que sus ciudadanos sean efectivamente libres e iguales es el Estado mismo quien debe desarrollar las capacidades internas de sus habitantes tanto como garantizar condiciones propicias para la expansión de las capacidades combinadas. Volvamos al ejemplo de la comprensión lectora, en este sentido podemos decir que una política acorde al enfoque de las capacidades sería la de garantizar la educación primaria obligatoria incluso en aquellos territorios más alejados y bajo situaciones de mayor vulnerabilidad. Caso contrario podremos ver que una persona sin capacidad de lectura difícilmente pueda acceder a otras capacidades básicas y mucho menos combinarlas, tales como desarrollarse en el mercado del trabajo, como consecuencia empobrecer, tener una peor alimentación por los escasos recursos, por consiguiente no llevar una vida saludable, y así podemos seguir con una cadena interminable que claramente demuestra que desconocer, negar, limitar o restringir el acceso a una capacidad básica toda la vida de una persona se ve gravemente perjudicada. Pero esto no es solo una tarea que corresponde al Estado. 

Acá es donde interviene la empatía, es decir, el reconocimiento del otro. Reconocer al otro implica un doble respeto, es decir, tanto por la identidad propia de cada individuo, como respeto por todas aquellas formas de acción, prácticas, variedades de concepciones del mundo e ideas de cómo desarrollar su vida.

A su vez, esto nos exige no ser ciegos a las diferencias. Judith Butler nos habla de la dificultad de imaginar a los demás, dificultad que se evidencia en el hecho de que podemos estar ante una persona que sufre y no darnos cuenta. La dificultad de imaginar a los otros es la causa de la acción de dañar. Creo que este punto es clave al momento de pensar la justicia social pues queda en evidencia la incapacidad de ver la realidad del otro. Tenemos que construir sociedades en las que interioricemos la empatía como regla que nos compela a ponernos en los zapatos del otro, que a su vez sea fomentada a través de disposiciones legales e institucionales. 

Es imprescindible valorar la diversidad humana, fomentar la diversidad sin jerarquizar, y avanzar hacia un Estado en el que todas las diferencias se entiendan de manera no jerárquica, protegiendo la integridad de las diferentes formas de vida. Para ello, es necesario cultivar facultades de objetividad e imaginación que permiten reconocer a la humanidad en el otro.

Que todos los seres humanos nacemos libres e iguales lamentablemente es una falacia. Seguramente coincidamos en que no somos titulares reales de mismos derechos, ni en el norte ni en el sur, y mucho menos cuando repensamos las cuestiones de sexo, religión, raza... Solo se puede vivir la igualdad respetando a la diversidad. Diversidad de etnias y procedencias, sexo y expresiones afectivas, religiones y culturas, ideologías y opciones políticas. Solo desde la igualdad en la diferencia y convivencia en el respeto de distintas opciones e identidades vamos a poder florecer en nuestros derechos. 

Es necesario no dejar de combatir los patrones socioculturales discriminatorios desmontando las estructuras desiguales. Solo así podremos repensar la justicia social desde un enfoque de las capacidades para poder desarrollar la vida que merecemos tener y que el Estado nos debe garantizar.

Debemos garantizar una igualdad social y material poniendo en juego recursos para quienes estén privados de condiciones. Es por ello que nuestras sociedades deben atender preferentemente a aquellas personas que están limitadas en el disfrute de sus derechos superando barreras físicas, intelectuales o sociales. Es lo que comúnmente se conoce como discriminación positiva o acción positiva. 

Estas acciones no pueden dejar de lado el enfoque de las capacidades para que cada persona pueda desarrollar una vida digna. Este desarrollo es lo que llamo florecer. En la lucha por el reconocimiento de estas capacidades que nos permiten florecer y desarrollar tantos funcionamientos como deseemos está nuestra libertad. En este sentido, concluyo que sólo podremos florecer en derechos cuando efectivamente tengamos garantizado nuestro derecho a florecer.

Por María Candela Ruano
María Candela Ruano, de 25 años, es abogada, docente e investigadora de la Universidad de Buenos Aires. Actualmente está realizando una  Maestría en Derecho Constitucional y Derechos Humanos en la Universidad de Palermo. Sus ámbitos de interés abarcan los derechos humanos, el proceso constitucional y la democracia.

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