Las caravanas de migrantes intentando trasladarse a Europa es una situación de público conocimiento. La mayoría de nosotros ha visto algún anuncio de YouTube que habla de la condición de los refugiados, y no podemos negar que solemos saltarlo. Al declararse la cuarentena en el territorio griego, los voluntarios fueron retirados y los campo cerrados: pero los migrantes siguen llegando.
DESDE ARGENTINA- Esto es una realidad. No algo que Médicos sin Fronteras o ACNUR se han inventado. Miles de personas se están movilizando para lograr una vida mejor, para conseguir un techo digno, salud y seguridad- pero la puerta de entrada a esa vida soñada es por Grecia, donde pueden pasar años esperando que se apruebe la autorización para ingresar al continente, mientras esperan en campos para refugiados completamente saturados, en condiciones de insalubridad extremas.
Moria, el mayor de ellos, es un campo con capacidad para 3.000 personas que actualmente está habitado por alrededor de 20.000, en la isla de Lesbos. En este espacio viven cerca de 7.000 niños, la mayoría están con sus padres, pero hay poco más de 700 que se encuentran solos. Como consecuencia de la sobrepoblación, se utiliza una canilla de agua y un lavabo entre mil individuos. El sanitario también lo usan alrededor de 200 personas. Comparten las pequeñas tiendas entre varias familias y viven con miedo, por la inseguridad que sufren dentro del campo. Para cualquier actividad que se quiera desarrollar se deben hacer filas que duran entre dos y tres horas, para retirar comida, para ir al baño, para acceder a una revisión médica.
Hay quienes llegan a considerar que la situación de hacinamiento es una estrategia para desmotivar a las personas a acudir a Europa en busca de refugio, teniendo en cuenta el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía en 2016, donde se establecen medidas rigurosas para evitar el ingreso ilegal de migrantes, limitando a quienes lleguen a quedarse en los campos hasta que consigan una autorización en tierra firme, pero esta demora meses e incluso años. Las medidas tomadas en ese acuerdo no fueron acatadas completamente, y cada vez hay menos control policial en el paso marítimo, por lo que el tráfico de personas es cada vez más frecuente, aprovechándose de la desesperación de las personas por un techo digno para sus familias, por seguridad y alimento.
La atención médica pública ha sido revocada para los solicitantes de asilo y migrantes indocumentados, en el año 2019, lo que dejó a más de 55.000 personas sin acceso a la salud. Ni la clínica de Médicos Sin FronteraS ni el hospital de Lesbos están lo suficientemente capacitados para la cantidad de personas que requieren atención especializada, para los casos de enfermedades crónicas, para el tratamiento que muchas personas necesitan para poder tener una vida de mejor calidad; mucho menos están preparados para enfrentar al Covid-19 en caso de que ingrese al campo de Moria. La poca posibilidad de los refugiados para cumplir con las medidas de seguridad, para mantener la distancia y el higiene, para tener acceso a los elementos de cuidados , sumado a el bajo nivel de salud y defensas que la población del centro padece, son la combinación perfecta para una catástrofe.
Al declararse la cuarentena en el territorio griego, los voluntarios fueron retirados y el campo cerrado, pero los migrantes siguen llegando, por lo que el Ministerio de Migración alquiló un centro al norte de la Isla de Lebos para los recién llegados con el objetivo de evitar que el virus ingrese al campo. Pero esta medida no terminó siendo efectiva, dado que en la última semana se contabilizaron 4 casos positivos en un grupo de refugiados que llegaron hace dos semanas , por lo que se los mantiene aislados.
La situación no para de empeorar, y las autoridades parecen olvidarse cada día de que el "refugiado" es un ser humano, un igual, una persona con sueños, con ganas, con vida e historias sumamente difíciles, que se encuentra tapado a diario por las bolsas de basura y por la indiferencia del mundo. Los Estados miembros de la Unión Europea parecen olvidar los Derechos Humanos que tanto presumen como bandera, y los refugiados se sienten cada día más solos y expuestos.
Por Laura Nieto Triguero
Laura Nieto Triguero, de 20 años, es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Sus ámbitos de interés abarcan los derechos del niño y los derechos humanos en general, los movimientos migratorios, la justicia, la posición de la ONU y la OMS en el mundo, y el proceso de globalización y sus consecuencias.
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